jueves, 10 de enero de 2019

Aeropuertos

Intento acomodarme, me estiro, me enrollo, giro a la derecha, a la izquierda. Si descanso con  la cabeza inclinada hacia atrás, enseguida me duele el cuello o la nuca choca contra el borde de plástico duro del asiento. Es imposible acostarse. Los bancos en el aeropuerto están separados  por apoyabrazos. Todo está diseñado para circular, no para quedarse y mucho menos ofrecer el lamentable espectáculo  del cuerpo laxo vencido por las horas de espera.  El parlante llama por tercera vez  a la pasajera María Luisa Lugo. Se repitieron los llamados   a un tiempo prudencial entre uno y otro  pero (creo yo) éste último tiene un tono amenazador. Busco a María Luisa ( que no conozco) para ver si  finalmente nos deja cabecear a todos  un instante  , pero ella no aparece  y sospecho que no existe , que el llamado es un guión , un recurso para que la gente no se duerma  y evitar que caiga en el oprobio del ronquido público , la boca abierta , la baba tal vez. Los aeropuertos no pueden permitirse  eso. Nada que desentone con su blancura y su pulcritud. No falta ninguna lamparita, no hay medias luces, no hay sombras, no hay grafitis, ni siquiera en los baños (¿cómo consiguen que ni un “puto el que lee” se les filtre atrás de la puerta?),  no hay stickers de bandas musicales o adhesiones a partidos políticos. Ruego que vuelvan a llamar a María Luisa, necesito  tener algún sobresalto. La señora que está sentada frente  a mi dormita  con un   antifaz, logra eludir la blancura de la luz y su cabeza por momentos se bambolea hacia adelante. Parece un superhéroe derrotado .En las pantallas se repiten  los rostros felices, los encuentros, los abrazos.El slogan aparece una y otra vez : “Tómese su tiempo y disfrute”
Roxana D’Auro  

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