jueves, 18 de mayo de 2017

Arte bien al Sur

El Capitán del  Sea Gold


El Capitán del  Sea Gold tiene todo lo que uno cree que un Capitán tiene que tener: el pelo colorado, un gran bigote, los ojos celestes y un gorro de lana que le cubre las orejas. Cuenta  historias  y sospecho que eso le gusta más  que navegar.

Nosotros nos sentimos aventureros llegando al punto más austral  del país , pero él, por supuesto, nos vence.  Cuenta que la semana anterior estuvo en la Antártida  para la 1º bienal de arte.

Vio al ruso Andrey Kuzkin que se “plantó” en bolas en el medio de la nieve, cabeza abajo,  representando un árbol (que jamás crecerá en esas tierras). El Capitán se pregunta y nos pregunta si eso es arte, aunque confiesa, con las manos bajo las axilas para mantenerlas calientes,  que terminó asombrado por la proeza del ruso. También estaba el chino  Zhang Enli , que bajó al continente blanco  con un enorme huevo de resina, lo apoyó sobre el hielo y esperó.  Nuestro capitán se animó a preguntarle  el sentido de la  obra    que  los pingüinos picoteaban. :- “representa la vida”, le contestó el chino. 
Lo que cuenta el Capitán me hizo acordar algo que leí una vez “El arte es, como todo concepto, agónico”, el espectro de algo  que ya se nos escapó.


                                                                                                                    Roxana D'Auro

domingo, 7 de mayo de 2017

Apuntes bien al Sur

Conejos y Castores

En el museo del fin del mundo  hay un sector con  viejos herbolarios. También hay unos paneles que muestran  las primeras ilustraciones científicas que fueron hechas sobre  la fauna de la zona. Los animales se ven bastante fantásticos. Demasiado. Fueron mirados, sin duda, con extrañamiento   .
Las islas (y Tierra del Fuego es una isla) tienen esa particularidad: una  flora y fauna “rara” que no se encuentra en el continente. Los primeros que llegaron al fin del mundo, esos exploradores  que se animaron hasta   los lejanos mares del sur, habrán tenido, sospecho, una necesidad imperiosa de aferrarse a algo, le quisieron  ganar una partida a esa naturaleza   de noches eternas, de cielos con estrellas nuevas, de aves aladas que  no vuelan y se empecinan en caminar como las personas, hasta habrán  sentido una especie de melancolía por la vida salvaje  que conocían. Y empezaron con los conejos. Dos parejas  que se transformaron en treinta millones. Después vinieron los castores.
“Beaver” se dice en inglés .Jamás lo voy a olvidar. En una de mis primeras clases en una escuela primaria un chico me preguntó: ¿cómo se dice castor en inglés? Yo por aquel entonces no lo sabía o no lo recordaba, soy de Buenos Aires, de la llanura, se como se dice vaca, caballo o gallina, ¿qué interés podía tener   un chico de nueve años  en  castores?
¿Cómo NO SABES? dijo bien fuerte  ¿No sos profe acaso? sentenció,  dictándome la pena de muerte ante todos sus compañeros.
Volví a  casa y busqué en el diccionario cómo se decía: “Beaver “.
Desde ese día le tomé bronca a los castores. 
Veinticinco parejas de castores  llevaron a Tierra del Fuego  para un proyecto peletero que jamás prosperó. Los dejaron en libertad y  se transformaron en 150.000.

Donde hinca el diente el castor todo muere. Se pueden ver los diques  conteniendo  el agua rodeados de árboles secos. Esa imagen le da a los paisajes algo fantasmal. Se le suma  el silencio. No trinan jilgueros o benteveos en los  bosques fueguinos. En ese silencio exige respeto esta Tierra. Un respeto que le perdieron desde que se apagaron aquellos fueguitos que le dieron nombre. 

Roxana D'Auro