Cuando Casi me muero en
Bolivia
“De casi nadie
se muere”
recuperación de
refranes de Hebe Uhart
Viaje tres veces a
Bolivia y nunca pude visitar el Salar de
Uyuni. “Es mi asignatura pendiente”, solía decir.
El primer viaje en
realidad no fue a Bolivia sino al Noroeste Argentino: Tucumán, Catamarca, Salta
y Jujuy. Un devenir que bien podría haber
terminado en el territorio boliviano como una ruta que prácticamente parece trazarse sola para la
mayoría de los que se aventuran en esa dirección.
Pero los acompañantes ocasionales de aquella travesía , una pareja de
madrileños conocidos en el camino que
tomaban las curvas de los caminos del altiplano como bólidos con el auto alquilado y un compañero de yoga que se quedara por más de media hora dentro del baño de un
cementerio de alta montaña , desestimaron mis deseos de seguir el viaje .
Mi segunda
oportunidad fue cuando , para los
carnavales , fui hasta Oruro , a sus diabladas maravillosas , a sus desfiles de
corrido durante cuatro días , sin descanso hasta
el baile final donde todos terminan extenuados y borrachos como en una
gran Creamfield boliviana , rompiendo las máscaras en la explanada de la Iglesia
de la Virgen del Socavón . En aquella oportunidad los trenes no funcionaban,
las lluvias torrenciales habían desmoronado los puentes, los servicios estaban
colapsados y Uyuni me seguía haciendo pito catalán.
La tercera , que no fue
la vencida, arrancó por un viaje a Lima
en micro, si en micro , tres días , un Machu Picchu bajo la lluvia
torrencial y un regreso bajando hacia
Bolivia por el Lago Titicaca con sus islas Amantani y la de los Uros , sumando pueblecitos y
ruinas arqueológicas en el camino que me dejaron con los ojos llenos y los
bolsillos vacios y un menú consistente
en un paquete de cerealitas y un termo lleno de agua de la canilla para la vuelta . No hubo resto tampoco para Uyuni.
Así
que ya pasado el tiempo organicé un viaje exclusivamente al Salar, único
destino, sin derivaciones, ni distracciones, una travesía de cinco días
internada en el lugar. Ya estamos más
grandes, ya tenemos experiencia, ya no somos hippies, nada de micro ni cerealitas.
Googleando con tiempo elegí la mejor agencia , el tour más completo , la gente más
idónea y recomendada , viajamos en avión , todo solucionado , sin preocuparme por los traslados, todo incluido , tickets de tren en
clase ejecutiva, comidas , guía y visitas
a las lagunas , esas extraordinarias que siempre vi en fotos : la colorada , la
hedionda y la frutilla del postre, los geiseres . Siempre quise conocer geiseres,
no sé por qué, tal vez había visto muchas veces de niña los dibujitos del Oso Yogui cuando con Bubu atravesaban el Parque
Yellowstone esquivando los geiseres, no sé
por qué los geiseres eran la meca, con
sus piletones de barro termal. Llevamos la malla, la más vieja, la que no
importa si se arruina, llevamos la coca (sabía yo lo que era la altura por mis viajes anteriores), llevamos
caramelitos de limón y Dramamine por las dudas. Estábamos preparados.
Cuando
llegamos a La Quiaca fue cuando empecé a
sentir que mi cerebro había crecido, no es que tuviera mayor capacidad, más
inteligencia o podía resolver problemas matemáticos para los cuales siempre fui
un queso, no, sentía que había crecido de tamaño, que latía dentro de mi cráneo
como te laten los pies cuando un zapato te aprieta, pero no me podía sacar la cabeza como hubiese querido.
El
viaje en tren a Uyuni es un viaje
pintoresco no tanto por el paisaje
externo sino por el interno. Su guarda, controlador de tickets, de ventanas abiertas,
de limpieza del piso y de horarios del
comedor tenía además una tarea que deduzco era su función más importante, porque la desarrollaba con empeño y responsabilidad, era
el encargado del entretenimiento de los pasajeros , esa férrea convicción de
que cualquier viaje se hace más ameno con música .Definitivamente Bolivia no es
sinónimo de rock y fuimos sometidos a una
sobredosis de Manolo Galván y
Pimpinela que , yo estoy convencida, agravó mi estado .
Suelo
tener problemas para dormir, hace unos años, la edad seguro y los desórdenes
del sueño que están asociados a la menopausia, además de la costumbre por más
de veinticinco años de dormir sola y ahora estar en pareja y tener que dormir
con un cuerpo al lado que además de ocupar la mitad de la cama,… ¡respira!
Decía entonces que suelo tener problemas para dormir, pero en Bolivia, y a medida que íbamos llegando
a destino, me dormía en el tren, en el jeep,
y ni hablar en el recorrido que mi cabeza hacia
hasta la almohada cada vez que me sentaba en una cama. Bolivia me envolvía
como una hiedra silenciosa y yo me iba hundiendo.
El
primer día de recorrido de la travesía
fue en el salar mismo. El salar de Uyuni
es el mayor desierto de
sal continuo y alto del mundo, con una superficie de
10 582 km² y casi 4000 metros de altura sobre el
nivel del mar. Los guías baqueanos saben muy bien de los fenómenos que se
producen en el lugar, de los reflejos sobre la superficie que hacen que parezca un espejo,
de las formaciones salinas con una
geometría perfecta y sorprendente , o de
su vasta planicie sin límite que crea un efecto óptico donde parece que el otro
te está sosteniendo en la palma de su mano o un dinosaurio juguete de plástico te está devorando .También visitamos la Isla Incahuasi , una formación rocosa plagada de cactus que te permite desde su
punto más alto ( lo más alto de lo alto) observar el inacabable mar de sal a tu
alrededor . Las comidas son frugales, pero mi apetito lo era aún más, había
perdido por completo el deseo de comer y
lentamente iba perdiendo con cada paso
otros deseos, era como si la sal, lamiéndome los pies, se me fuera metiendo en el cuerpo y me secara las ganas por dentro. Viajábamos con unos
españoles encantadores y divertidos que
se deben haber llevado una impresión de mi persona bastante lejana de lo que soy en realidad. Ellos en el viaje conocieron a una argentina
callada y somnolienta que se movía con dificultad y ni siquiera una copa de
vino por las noches quería compartir.
El
segundo día fue fatal, hicimos un recorrido largo y tedioso que intuyo califico
de esta manera porque el sopor en mi
cabeza me obligaba a dormitar dentro del jeep y despertar sólo en las paradas estratégicas
de lagunas que hasta habían dejado de interesarme.
No tengo fotos tomadas por mi de estos lugares , luego de unos meses vi las que
tomó mi pareja y encontré en ellas una mujer con una torsión en el cuerpo que le da una
postura extraña, un rostro hinchado de
un color blancuzco y una sonrisa forzada bajo el ala de un sombrero . Esa mujer
tiene mi sombrero, y mis calzas y mi remera. Me desconozco, pero esa mujer soy yo.
Terminamos
el segundo día de recorrido por la laguna verde, la laguna colorada y la
laguna hedionda, todas ellas con características que les dan sus nombres o por
las algas que la tiñen de un rojo sangre
o por la cantidad de azufre que contiene que se siente un olor a huevo
podrido en el aire apenas te acercás. Llegando al albergue, hablo con el guía-conductor
y le digo que en vez de mejorar cada día que pasa me siento peor, que si no hay
posibilidades de ir a un centro médico. En el medio del salar más grande del mundo,
pido eso yo. Obviamente no había y la propuesta fue ir a descansar ya que al día siguiente haríamos la
parte más linda del recorrido, muy temprano por la mañana con las fumarolas, los geiseres como los del Oso
Yogui y los baños termales.
Me
fui a acostar.
Dormí
Y no desperté.
Perder el control,
perder el total control de todo lo que
te rodea, de vos mismo. No poder hacer el esfuerzo para abrir los ojos ,
levantar los párpados que se transformaron en la parte más pesada de tu
cuerpo, no poder ver lo que sucede alrededor ni siquiera mover la lengua , que se hunde dentro de tu boca como
una bolsa con arena mojada, no poder cazar tu nombre de entre las miles de palabras
que flotan en tu cabeza y decir quien sos , no poder mover los brazos, las
piernas y transformarte en una muñeca desvencijada
a la que visten y alzan .
Estar
sin estar.
No
poder ver los dichosos geiseres , ni las fumarolas , ni el salar atrás del jeep alejándose como la estela
que deja un barco, no poder ver por última vez ese paisaje, decirle
adiós , adiós a Bolivia , adiós al viaje soñado , a lo deseado .
El
tiempo es relativo. Una película buena se nos pasa volando, una clase de físico
química es una eternidad. No sé bien, no puedo medirlo de ninguna manera, cuánto
tiempo estuve inconsciente. Recuerdo que cuando cerré los ojos las paredes que
me rodeaban estaban hechas con ladrillos
de sal, el techo era de paja y por la ventana
la noche lo ocupaba todo, tanto
que parecía que flotábamos en el
espacio.
Recuerdo
que cuando abrí los ojos me encontré con
otro paisaje, ese territorio donde me gusta perderme y aquel día me
encontré de nuevo, su mirada .
Roxana
D’Auro