lunes, 6 de marzo de 2017

Cuando Casi me muero en Bolivia

Inspirada en Hebe Uhart  y una conferencia extraordinaria donde ella habla de la crónica desafortunada , decidí demonizar de una buena vez el último viaje que hice con este ensayo de crónica 

Cuando Casi me muero en Bolivia
“De casi nadie se muere”
recuperación de refranes de Hebe Uhart


Viaje tres veces a Bolivia  y nunca pude visitar el Salar de Uyuni. “Es mi asignatura pendiente”, solía decir.
El primer viaje en realidad no fue a Bolivia sino al Noroeste Argentino: Tucumán, Catamarca, Salta y  Jujuy. Un devenir que bien podría haber terminado en el territorio boliviano como una ruta  que prácticamente parece trazarse sola para la mayoría de los que se aventuran  en esa dirección. Pero los acompañantes ocasionales de aquella travesía , una pareja de madrileños conocidos en el camino  que tomaban las curvas de los caminos del altiplano como bólidos  con el auto alquilado  y un compañero de yoga que se quedara  por más de media hora dentro del baño de un cementerio de alta montaña , desestimaron mis deseos de seguir el viaje .

Mi segunda oportunidad  fue cuando , para los carnavales , fui hasta Oruro , a sus diabladas maravillosas , a sus desfiles de corrido durante cuatro  días , sin descanso  hasta  el baile final donde todos terminan extenuados y borrachos como en una gran Creamfield boliviana , rompiendo las máscaras en la explanada de la Iglesia de la Virgen del Socavón . En aquella oportunidad los trenes no funcionaban, las lluvias torrenciales habían desmoronado los puentes, los servicios estaban colapsados y Uyuni me seguía haciendo pito catalán.

La tercera , que no fue la vencida,   arrancó por un viaje a Lima en micro, si en micro , tres días , un Machu Picchu bajo la lluvia torrencial  y un regreso bajando hacia Bolivia por el Lago Titicaca con sus islas Amantani  y la de los Uros , sumando pueblecitos y ruinas arqueológicas en el camino que me dejaron con los ojos llenos y los bolsillos vacios  y un menú  consistente  en un paquete de cerealitas y un termo lleno de agua de la canilla  para la vuelta . No hubo resto tampoco para Uyuni.

Así que ya pasado el tiempo  organicé  un viaje exclusivamente al Salar, único destino, sin derivaciones, ni distracciones, una travesía de cinco días internada en el lugar.  Ya estamos más grandes, ya tenemos experiencia, ya no somos hippies, nada de micro ni cerealitas. Googleando con tiempo elegí la mejor agencia , el tour más completo , la gente más idónea y recomendada , viajamos en avión , todo solucionado , sin preocuparme  por los  traslados, todo incluido , tickets de tren en clase ejecutiva, comidas  , guía y visitas a las lagunas , esas extraordinarias que siempre vi en fotos : la colorada , la hedionda y la frutilla del postre, los geiseres . Siempre quise conocer geiseres, no sé por qué, tal vez había visto muchas veces  de niña  los dibujitos del Oso Yogui cuando  con Bubu atravesaban el Parque Yellowstone  esquivando los geiseres, no sé  por qué los geiseres eran la meca, con sus piletones de barro termal. Llevamos la malla, la más vieja, la que no importa si se arruina, llevamos la coca (sabía yo lo que era  la altura por mis viajes anteriores), llevamos caramelitos de limón y Dramamine por las dudas. Estábamos preparados.

Cuando llegamos a La Quiaca  fue cuando empecé a sentir que mi cerebro había crecido, no es que tuviera mayor capacidad, más inteligencia o podía resolver problemas matemáticos para los cuales siempre fui un queso, no, sentía que había crecido de tamaño, que latía dentro de mi cráneo como te laten los pies cuando un zapato te aprieta,  pero no me podía sacar la cabeza  como hubiese querido.

El viaje en tren a Uyuni  es un viaje pintoresco  no tanto por el paisaje externo sino por el interno. Su guarda, controlador de tickets, de ventanas abiertas, de limpieza del piso y  de horarios del comedor tenía además una tarea que deduzco era su  función más importante, porque la  desarrollaba con empeño y responsabilidad, era el encargado del entretenimiento de los pasajeros , esa férrea convicción de que cualquier viaje se hace más ameno con música .Definitivamente Bolivia no es sinónimo de rock y fuimos sometidos a una  sobredosis de Manolo Galván  y Pimpinela que , yo estoy convencida, agravó mi estado .
Suelo tener problemas para dormir, hace unos años, la edad seguro y los desórdenes del sueño que están asociados a la menopausia, además de la costumbre por más de veinticinco años de dormir sola y ahora estar en pareja y tener que dormir con un cuerpo al lado que además de ocupar la mitad de la cama,… ¡respira! Decía entonces que suelo tener problemas para dormir,  pero en Bolivia, y a medida que íbamos llegando a destino,  me dormía en el tren, en el jeep, y ni hablar en el recorrido que mi cabeza hacia  hasta la almohada cada vez que me sentaba en una cama. Bolivia me envolvía  como una hiedra silenciosa y yo me iba hundiendo.

El primer día de recorrido  de la travesía fue en el salar mismo.  El salar de Uyuni es el mayor desierto de sal continuo y alto del mundo, con una superficie de 10 582 km²  y casi 4000 metros de altura sobre el nivel del mar. Los guías baqueanos saben muy bien de los fenómenos que se producen en el lugar, de los reflejos  sobre la superficie que hacen que parezca   un espejo, de las formaciones salinas con  una geometría perfecta y sorprendente ,  o de su vasta planicie sin límite que crea un efecto óptico donde parece que el otro te está sosteniendo en la palma de su mano o un dinosaurio juguete de plástico  te está devorando .También visitamos  la Isla Incahuasi  , una formación rocosa  plagada de cactus que te permite desde su punto más alto ( lo más alto de lo alto) observar el inacabable mar de sal a tu alrededor . Las comidas son frugales, pero mi apetito lo era aún más, había perdido por completo el deseo de comer  y lentamente  iba perdiendo con cada paso otros deseos, era como si la sal, lamiéndome los pies,  se me fuera metiendo en el cuerpo y me secara  las ganas por dentro. Viajábamos con unos españoles encantadores y divertidos  que se deben haber llevado una impresión de mi persona  bastante lejana  de lo que soy en realidad.  Ellos en el viaje conocieron a una argentina callada y somnolienta que se movía con dificultad y ni siquiera una copa de vino por las noches quería compartir.

El segundo día fue fatal, hicimos un recorrido largo y tedioso que intuyo califico de esta manera porque  el sopor en mi cabeza me obligaba a dormitar dentro del jeep y despertar sólo en las paradas estratégicas de lagunas  que hasta habían dejado de interesarme. No tengo fotos tomadas por mi de estos lugares , luego de unos meses vi las que tomó mi pareja y encontré en ellas una mujer  con una torsión en el cuerpo que le da una postura  extraña, un rostro hinchado de un color blancuzco y una sonrisa forzada bajo el ala de un sombrero . Esa mujer tiene mi sombrero, y mis calzas y mi remera. Me desconozco,  pero esa mujer soy yo.
Terminamos  el segundo día de recorrido  por la laguna verde, la laguna colorada y la laguna hedionda, todas ellas con características que les dan sus nombres o por las algas que la tiñen de un rojo sangre  o por la cantidad de azufre que contiene que se siente un olor a huevo podrido en el aire apenas te acercás. Llegando al albergue, hablo con el guía-conductor y le digo que en vez de mejorar cada día que pasa me siento peor, que si no hay posibilidades de ir a un centro médico. En el medio del salar más grande del mundo, pido eso yo. Obviamente no había y la propuesta  fue ir a descansar  ya que al día siguiente haríamos   la parte más linda del recorrido, muy temprano por la mañana con  las fumarolas, los geiseres como los del Oso Yogui  y los baños termales.
Me fui a acostar.

Dormí

Y no desperté.

Perder el control, perder el total control  de todo lo que te rodea, de vos mismo. No poder hacer el esfuerzo para abrir los ojos , levantar los párpados que se transformaron en la parte más pesada de tu cuerpo,  no poder  ver lo que sucede alrededor ni siquiera mover  la  lengua , que se hunde dentro de tu boca como una bolsa con arena mojada, no poder cazar tu nombre de entre las miles de palabras que flotan en tu cabeza y decir quien sos , no poder mover los brazos, las piernas  y transformarte en   una muñeca  desvencijada  a la que visten y alzan .

Estar sin estar.

No poder ver los dichosos geiseres , ni las fumarolas , ni el salar  atrás del jeep alejándose  como la estela  que deja un barco, no poder ver por última vez ese paisaje, decirle adiós , adiós a Bolivia , adiós al viaje soñado , a lo deseado .
El tiempo es relativo. Una película buena se nos pasa volando, una clase de físico química es una eternidad. No sé bien, no puedo medirlo de ninguna manera, cuánto tiempo estuve inconsciente. Recuerdo que cuando cerré los ojos las paredes que me rodeaban  estaban hechas con ladrillos de sal, el techo era de paja y por la ventana  la noche lo ocupaba todo,  tanto que  parecía que flotábamos en el espacio.

Recuerdo que cuando  abrí los ojos me encontré con otro paisaje, ese territorio donde me gusta perderme y aquel día me encontré  de nuevo, su mirada .  

                                                                                                                         Roxana D’Auro