martes, 18 de julio de 2017

Migrar

¿Cuántos kilómetros hay que recorrer para migrar? ¿Hay que surcar mares o cruzar cordilleras? ¿Hay que olvidar olores y aprender palabras nuevas?
Hace veintitrés años hice mi pequeña migración desde la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como le dicen ahora,  a La Plata .  Y si bien  son sólo sesenta kilómetros  , confirmé que uno puede sentir “extrañamiento” hasta en esa corta distancia  . 

Nunca fui buena para las matemáticas y me vine a vivir a una ciudad donde las calles están denominadas con números.  ¡Con todas las cosas que se pueden usar para nombrar como  flores, árboles, fechas históricas, cantantes, actores, escritores y  animales!, a los platenses no se les ocurrió otra idea que ponerles números. En el caos  de Capital me manejaba bien, aunque las calles se llamaran distintas   a un lado y a otro de Avenida Rivadavia. Por alguna  función cerebral porteña uno sabía que si te decían Honduras era más o menos por Palermo  o Tacuarí por San Telmo. Nos manejábamos por alturas.Lo lógico era decir Av. Libertador  al 1400  porque la ciudad es tan grande que Libertador termina por San Isidro y al 15000. Pero en La Plata cuando decís  la dirección,  la primera pregunta que te tiran  es: ¿entre qué y qué? La altura no importa. Ante mi extranjería evidente  los platenses de pura cepa alardeaban haciendo una cuentita que todavía hoy después de tantos  años no aprendí.
Pasar del caos de Buenos Aires  a la ciudad de la traza perfecta  fue la primera gran adaptación geográfica que tuve que sufrir. La Plata es conocida como la ciudad de las diagonales, los platenses cortan camino por las diagonales, nosotros, los de afuera, las miramos con temor, pequeños y diabólicos triángulos de las bermudas que pueden terminar mandándote directamente al extremo opuesto a tu destino  y ni hablar de …   la forma de nombrarlas.  Entre platenses y foráneos también está bien marcada  la diferencia porque los locales dicen el diagonal, por ejemplo el bar esta en el diagonal ,  en lugar de decir la diagonal como decimos nosotros los que quedamos en falta  y bajo sospecha  cuando pretendemos corregir  la primera vez que escuchamos el “error” lingüístico .
También mis hijas notaron  en la escuela que decían fibras en lugar de marcadores y que en realidad muchas cosas son llamadas  de otra forma el lobo es gimnasia y  el pincha es estudiantes  y Buenos Aires es Capital .
Los platenses son bien localistas y al principio puede resultar un poco difícil, no usan las páginas amarillas  y por cada servicio que necesitan  desde un dentista hasta un jardinero preguntan, preguntan a sus amigos, a sus  conocidos, a sus vecinos  y la recomendación,  el boca a boca está a la orden del día. Invertí vanamente  mis ahorros cuando llegué a la ciudad haciendo volantes a la manera porteña para promocionar mis clases de apoyo  .Recién empecé a trabajar fuerte cuando no hice publicidad y mis pocos contactos  empezaron a recomendarme .Este fenómeno también sucede  con  recitales, ciclos de cine, fiestas .Los platenses son como hormigas que por lo bajo están todo el tiempo haciendo cosas:  formando las bandas de rock más emblemáticas de la Argentina , montando obras de teatro increíbles, escribiendo, leyendo poemas a la luz de la luna , pero nunca te vas a enterar  de todo eso leyendo la sección de espectáculos del diario local .Ahora con las redes sociales  es más accesible,  pero en aquel entonces era pertenecer o quedarse afuera y yo me quedé afuera muchas veces .
El tiempo también es distinto. Si te convocan a las ocho jamás empezará sino hasta las diez. Tal vez sea una ventaja  que nos den por si nos perdemos  agarrando la diagonal  incorrecta. Claramente demostrás que no sos platense  si  te invitan a las nueve y caés a las nueve.
Pero a pesar de esos sinsabores de los primeros tiempos ,  La Plata también  pasó a ser ese olorcito a tilo en las calles  y el buen día  del vecino  y  las plazas cada seis cuadras  y las voces pueblerinas de los grupos de jóvenes tomando mate al sol , esos que migran a sus pueblos en el verano cada vez que terminan las clases , una bandada que parte  y vuelve , que va y viene  y que muchas veces queda . ¿Será cierto lo  que dicen que en La Plata hay un odontólogo por habitante? ¿Qué tiene un pasado masón? ¿Qué  hay túneles bajo Plaza Moreno que atraviesan la ciudad y que  las esculturas hacen cuernitos a la catedral? No sé si alguna vez voy a conocer  las respuestas a esas preguntas,  pero hay otras cosas que si aprendí. El 31 de Diciembre, durante la tarde, hago la recorrida  por la ciudad para ver los muñecos platenses, los que en una locura piromaníaca  arderán  en las primeras horas del año nuevo. También aprendí a pasar  manejando  por Plaza Italia y juro que el primer día que lo logré   grité de alegría adentro de mi auto  y siempre,  indefectiblemente desde el 2013 , en alguna  reunión   escucho o cuento   donde estábamos , que hicimos , el 2 de abril  .
Sigo yendo a Buenos Aires una vez por semana a un taller, a veces a visitar  amigas, otras al teatro, o a  algún museo. Alejandra Kamiya dice en su cuento “Partir”  que su padre partió no cuando  salió de Japón sino cuando decidió quedarse en Argentina.
Yo también decidí.

                                                                       Roxana D’Auro