Intento acomodarme, me estiro, me enrollo, giro a la derecha, a la
izquierda. Si descanso con la cabeza
inclinada hacia atrás, enseguida me duele el cuello o la nuca choca contra el
borde de plástico duro del asiento. Es imposible acostarse. Los bancos en el
aeropuerto están separados por apoyabrazos.
Todo está diseñado para circular, no para quedarse y mucho menos ofrecer el
lamentable espectáculo del cuerpo laxo
vencido por las horas de espera. El
parlante llama por tercera vez a la pasajera
María Luisa Lugo. Se repitieron los llamados a un tiempo prudencial entre uno y otro pero (creo yo) éste último tiene un tono amenazador.
Busco a María Luisa ( que no conozco) para ver si finalmente nos deja cabecear a todos un instante , pero ella no aparece y sospecho que no existe , que el llamado es
un guión , un recurso para que la gente no se duerma y evitar que caiga en el oprobio del ronquido
público , la boca abierta , la baba tal vez. Los aeropuertos no pueden permitirse
eso. Nada que desentone con su blancura
y su pulcritud. No falta ninguna lamparita, no hay medias luces, no hay
sombras, no hay grafitis, ni siquiera en los baños (¿cómo consiguen que ni un “puto
el que lee” se les filtre atrás de la puerta?), no hay stickers de bandas musicales o adhesiones
a partidos políticos. Ruego que vuelvan a llamar a María Luisa, necesito tener algún sobresalto. La señora que está
sentada frente a mi dormita con un antifaz, logra eludir la blancura de la luz y
su cabeza por momentos se bambolea hacia adelante. Parece un superhéroe derrotado
.En las pantallas se repiten los rostros
felices, los encuentros, los abrazos.El slogan aparece una y otra vez : “Tómese
su tiempo y disfrute”
Roxana
D’Auro
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