miércoles, 30 de enero de 2019

Lo que realmente hago cuando voy a caminar

Murakami escribe: “el cielo está tan claro y despejado que me pasma”. Levanto la vista del libro. Yo podría decir exactamente lo mismo. La diferencia (una entre tantas)  es que él está en la isla Kauai en Hawai y yo en el fondo de mi casa tirada al lado de la Pelopincho desfalleciendo de calor . Estoy leyendo su libro autobiográfico: “De qué hablo cuando hablo de correr” y mientras él participa en maratones y… ¡ultra maratones! yo  voy a caminar a un parque de mi  ciudad. Sé que a mucha  gente caminar le resulta terriblemente aburrido :  girar dando tres o cuatro vueltas , pasando por los mismos árboles, los mismos bancos y  los mismos juegos  puede verse como algo muy monótono , pero en esa repetición  descubrí lo mismo  que te pasa  cuando entrás en una habitación a oscuras : al rato, empezás a ver.
Al pasar una y otra vez por el mismo lugar, el lugar se empieza a develar.

Edificios vs casas

La fisonomía alrededor del parque fue cambiando de una forma sigilosa. No encuentro otra palabra más apropiada, porque las cosas  que conllevan un peligro o  una amenaza   son así: sigilosas. Primero se vendieron una, dos casas, luego se demolieron y en sus  huecos empezaron a crecer como tallos,  edificios  altos  y vidriados. Hoy alrededor de la plaza conté veinte, además de dos terrenos en venta y dos casas demolidas  donde asoman  construcciones nuevas . Hay una casa que quedó atrapada entre dos edificios altos, se ve muy extraña. Tal vez, dentro de poco,  pase y vea que tiene un cartel de venta. Imagino que si sigo caminando alrededor de este parque,  en un  tiempo todas las cuadras que lo circundan tendrán uno al lado del otro, altos y relucientes edificios con sus frentes vidriados, será como caminar en círculos dentro de un panóptico gigantesco.

Pantallas
En el medio de la plaza pusieron una  “garita” moderna. Es un contenedor vidriado y de noche parece una nave espacial, desde  lejos se le ven las dos luces azules destellantes en el techo. Es un Centro de visualización barrial y adentro hay unas pantallas  donde se reproducen imágenes de lo que pasa en cada rincón del parque, igual que esos circuitos cerrados de televisión que hay en los supermercados chinos. Me produce rechazo, me indigna saber que hay un ojo, una especie de gran hermano que me observa en cada vuelta que doy, que registra mi andar cansado o  que  puede ser testigo de un tropezón  y reírse de mi torpeza a escondidas. Néstor me cuenta que conoce ese parque desde que ni luces tenía y con su barrita de amigos  lo atravesaban de noche para cortar camino como si fuera un bosque. Era una verdadera aventura. Hoy el parque tiene  luces LED que iluminan cada rincón.  La gente mientras camina se saca selfies, los padres filman a sus hijos  corriendo carreras en bicicleta, una y otra vez  hasta que salga bien la toma  y todos ,indefectiblemente , cuando pasan  por el centro de visualización  giran un toque la cabeza, buscándose  en las pantallas  .

Calesita

En el parque hay una calesita abandonada. Está cerrada con cadena y candado .Aunque vaya a caminar  de mañana, tarde o noche nunca la vi funcionando. ¿Cuáles serán los motivos de la muerte de una calesita? Los obvios saltan a la vista: tiene apenas unos caballos despintados, unos Dumbos que parecen espermatozoides deformados  y una caja de latón  que simula ser un barco, con el mar en “olitas” pintado en su base. 

Para ser sincera, el aspecto de la calesita no es muy atractivo y debe serlo  menos aún para estas nuevas generaciones  acostumbradas al 3D, lo interactivo y el Fornite. Imposible verse seducido por el lento y monótono movimiento de una calesita  cuando los pequeños cuerpos despliegan esa serie de frenéticos vaivenes disociando caderas y brazos. 
Cuando doy la última vuelta de mi caminata  paso de nuevo  por ahí. Me paro y le saco una foto con el celular. Me acuerdo que tengo  una foto, de esas de papel,   en Mar del Plata, metida adentro de un barquito así. Mamá  pagó por la toma  y el   fotógrafo me puso una red sobre las piernas y me dijo  que ponga cara de capitán. El barquito era estático, pero  se ve  que lo que movió el fotógrafo fue mi imaginación   porque estoy sentada derecha como bien lo haría un capitán y tengo esa sonrisa del que tiene todos  los mares del mundo por delante. 










Caída

Hoy se cayó una señora en la plaza. Cayó como un pájaro. Hizo apenas un ruido seco en el camino y quedó boca arriba.  Pensé que estaba desmayada pero la señora simplemente había quedado así, inmóvil de enojo por la torpeza de su cuerpo.
A un costado quedaron desparramados sus lentes de sol y su celular. Los atletas,  al ver que no había sangre, ni daños mayores,  retomaron  su ritmo  apenas reducido por los instantes que les tomó verificar la situación. (Nunca distraigas a un atleta en su rutina diaria, saludan  mientras pasan  diciendo ¡hola! bien fuerte y manteniendo la mano en alto  o dicen  la hora corriendo hacia atrás. Never stop).
Un señor en bicicleta también se acercó, sin bajarse  de la bici  le advirtió a la señora que tuviera  cuidado que su  celular  estaba en el suelo. Me llamo la atención ese pequeño detalle, fue un gesto de amabilidad hacia el aparato.
Luego, entre los dos,  la ayudamos a levantarse. La fuerza de gravedad la tironeaba. Debo decir que la señora era delgada como un junco y sin embargo  entre  el  ciclista y yo tuvimos que ofrecerle nuestros brazos para que ella venza la testarudez  de la tierra que no la quería largar. En su posición  bípeda la señora ya no lucía tan indefensa. Empezó a justificarse, que en cinco años de caminatas en el parque era la primera  vez que le pasaba algo así y, por supuesto, no había sido  su culpa, sino  las raíces de los árboles o  la vereda rota . Se sacudió la tierra, se alisó el pelo y se puso los anteojos.  Recuperó del todo la compostura cuando se  aferró  a su celular  y corroboró que la aplicación que le calcula el ritmo cardiaco  mientras camina seguía funcionando.

Mientras  se alejaba, le vi en el codo un raspón,  una mancha roja.

Roxana D’Auro 

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