Murakami escribe: “el cielo está tan
claro y despejado que me pasma”. Levanto la vista del libro. Yo podría decir
exactamente lo mismo. La diferencia (una entre tantas) es que él está en la isla Kauai en Hawai y yo
en el fondo de mi casa tirada al lado de la Pelopincho desfalleciendo de calor .
Estoy leyendo su libro autobiográfico: “De qué hablo cuando hablo de correr” y
mientras él participa en maratones y… ¡ultra maratones! yo voy a caminar a un parque de mi ciudad. Sé que a mucha gente caminar le resulta terriblemente
aburrido : girar dando tres o cuatro
vueltas , pasando por los mismos árboles, los mismos bancos y los mismos juegos puede verse como algo muy monótono , pero en
esa repetición descubrí lo mismo que te pasa cuando entrás en una habitación a oscuras : al
rato, empezás a ver.
Al pasar una y otra vez por el mismo
lugar, el lugar se empieza a develar.
Edificios
vs casas
La
fisonomía alrededor del parque fue cambiando de una forma sigilosa. No
encuentro otra palabra más apropiada, porque las cosas que conllevan un peligro o una amenaza son así:
sigilosas. Primero se vendieron una, dos casas, luego se demolieron y en sus huecos empezaron a crecer como tallos, edificios altos y
vidriados. Hoy alrededor de la plaza conté veinte, además de dos terrenos en
venta y dos casas demolidas donde asoman
construcciones nuevas . Hay una casa que
quedó atrapada entre dos edificios altos, se ve muy extraña. Tal vez, dentro de
poco, pase y vea que tiene un cartel de venta.
Imagino que si sigo caminando alrededor de este parque, en un tiempo todas las cuadras que
lo circundan tendrán uno al lado del otro, altos y relucientes edificios con
sus frentes vidriados, será como caminar en círculos dentro de un panóptico
gigantesco.
Pantallas
Calesita
En el parque hay una calesita abandonada. Está cerrada con cadena y candado .Aunque vaya a caminar de mañana, tarde o noche nunca la vi funcionando. ¿Cuáles serán los motivos de la muerte de una calesita? Los obvios saltan a la vista: tiene apenas unos caballos despintados, unos Dumbos que parecen espermatozoides deformados y una caja de latón que simula ser un barco, con el mar en “olitas” pintado en su base.
Para ser sincera, el aspecto de la calesita no es
muy atractivo y debe serlo menos aún
para estas nuevas generaciones
acostumbradas al 3D, lo interactivo y el Fornite. Imposible verse
seducido por el lento y monótono movimiento de una calesita cuando los pequeños cuerpos despliegan esa
serie de frenéticos vaivenes disociando caderas y brazos.
Cuando
doy la última vuelta de mi caminata paso
de nuevo por ahí. Me paro y le saco una
foto con el celular. Me acuerdo que tengo una foto, de esas de papel, en Mar del Plata, metida adentro de un
barquito así. Mamá pagó por la toma y el fotógrafo me puso una red sobre las piernas y
me dijo que ponga cara de capitán. El
barquito era estático, pero se ve que lo que movió el fotógrafo fue mi
imaginación porque estoy sentada derecha como bien lo
haría un capitán y tengo esa sonrisa del que tiene todos los mares del mundo por delante.
Caída
Hoy se cayó una señora en la plaza. Cayó
como un pájaro. Hizo apenas un ruido seco en el camino y quedó boca arriba. Pensé que estaba desmayada pero la señora
simplemente había quedado así, inmóvil de enojo por la torpeza de su cuerpo.
A un costado quedaron desparramados sus
lentes de sol y su celular. Los atletas, al ver que no había sangre, ni daños mayores, retomaron su ritmo apenas reducido por los instantes que les tomó
verificar la situación. (Nunca distraigas a un atleta en su rutina diaria,
saludan mientras pasan diciendo ¡hola!
bien fuerte y manteniendo la mano en alto o dicen la hora corriendo hacia atrás. Never stop).
Un señor en bicicleta también se acercó,
sin bajarse de la bici le advirtió a la señora que tuviera cuidado que su celular estaba en el suelo. Me llamo la atención ese
pequeño detalle, fue un gesto de amabilidad hacia el aparato.
Luego, entre los dos, la ayudamos a levantarse. La fuerza de
gravedad la tironeaba. Debo decir que la señora era delgada como un junco y sin
embargo entre el ciclista y yo tuvimos que ofrecerle nuestros
brazos para que ella venza la testarudez de la tierra que no la quería largar. En su
posición bípeda la señora ya no lucía
tan indefensa. Empezó a justificarse, que en cinco años de caminatas en el parque
era la primera vez que le pasaba algo
así y, por supuesto, no había sido su
culpa, sino las raíces de los árboles o la vereda rota . Se sacudió la tierra, se
alisó el pelo y se puso los anteojos. Recuperó del todo la compostura cuando se aferró a su celular
y corroboró que la aplicación que le calcula el ritmo cardiaco mientras camina seguía funcionando.
Mientras se alejaba, le vi en el codo un raspón, una mancha roja.
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