-¡Por culpa de ese cuento nunca más dormí con una almohada de plumas!
Mi peluquera rezonga sobre la
morbosidad de Quiroga y no entiende la
insistencia de algunos docentes con ese y otros cuentos donde un hombre agoniza por la picadura de
una serpiente o unos hermanos idiotas matan a su hermanita, habiendo tantas
otras cosas lindas para contar, dice.
Siempre hablo con ella de literatura
y así como reconoce no acordarse cuál
es el que se transforma en cucaracha ,
ni saber la diferencia entre libro, cuento y novela , lleva aún a Horacio en la piel , su crueldad bestial y
selvática latiendo como algo vivo y
posible , al punto de ser el
responsable de que duerma sólo sobre
almohadas de gomaespuma .
Mientras le cuento sobre los planes de mi próximo viaje, no puede creer que no
vaya a hacer ningún tour de compras (¡Qué pecado estando
tan cerquita de Ciudad del Este!) y menos
aún que el itinerario termine
precisamente en San Ignacio, en la casa
de Horacio Quiroga.
Apenas dejamos la ruta 12 , siguiendo
las indicaciones de un cartel , un
camino de tierra colorada se abre a
fuerza de perseverancia y deja
intuir lo que aquello debe haber sido en
1910, o sea más o menos lo que es ahora.
Llegamos.

También hay una pantalla donde se proyecta un fragmento de una
película que se hizo en su casa. Horacio tiene un coati enlazado del cuello con una
cadena o una soga, como si fuera un perro, y el coatí intenta morderlo varias
veces. No me gustan los coaties . Uno, en el parque nacional, nos robó de adentro
de la mochila un paquete de galletitas que era en realidad nuestro almuerzo.
Son como ratas disfrazadas de ositos. Me gustaron menos aún después de leer el
cuento “historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre”. Es un
cuento extraño, sobre un coatí salvaje
atrapado y domesticado que luego, aunque andara suelto, él mismo se iba
de noche a su jaula de donde no puede
escapar cuando una serpiente lo pica. ¿Será ese el castigo de los
domesticados? Miro varias veces la expresión de Horacio en la película en
blanco y negro, es un fragmento nada más, pero puedo descubrir algo de
satisfacción en él cuando el coatí insiste en morderlo una y otra vez. Creo que
eso es lo que buscaba,
la mordida, el rasguño, la picadura, la selva misma, como en “la guerra
de los yacarés” diciendo ¡No van a
pasar! Por eso miro alrededor buscando algo
de eso que a el lo atrajo, pero éste es ahora un lugar para visitantes, el césped está cortado,
las cañas tacuaras mantenidas a raya. Hay
tan poco de Horacio en este lugar replicado. Lo original fue saqueado durante
50 años en que la casa de piedra estuvo sumergida en el abandono, ya donada por
la viuda al estado provincial que no se decidía
a recuperarla . Lo salvaje, controlado.
Hay un dato, sin embargo, que leo
por ahí y me atrapa : presa de su ansiedad Horacio coloca las maderas
del techo de su casa sin esperar su estacionamiento, verdes . Obviamente el
techo se arruina .
Tal vez no le haya importado mucho . Horacio, sin dudas, debe haber sido un hombre para dormir bajo las estrellas.
Roxana D’Auro
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