viernes, 9 de febrero de 2018

Crónica sobre Horacio Quiroga



-¡Por culpa de ese cuento nunca más dormí con una almohada de plumas!
Mi peluquera rezonga  sobre la morbosidad de Quiroga y  no entiende la insistencia  de algunos docentes   con ese y otros cuentos  donde un hombre agoniza por la picadura de una serpiente o unos hermanos idiotas matan a su hermanita, habiendo tantas otras cosas lindas para contar, dice.
Siempre hablo con ella de literatura  y así como  reconoce no acordarse cuál es el que se transforma en cucaracha  , ni saber la diferencia entre libro, cuento y novela , lleva aún a Horacio  en la piel , su crueldad bestial y selvática  latiendo como algo vivo y posible , al punto  de ser el responsable  de que duerma sólo sobre almohadas de gomaespuma .
Mientras le cuento sobre los planes de mi próximo viaje,  no puede creer  que   no  vaya a  hacer ningún tour de compras (¡Qué pecado estando tan cerquita de  Ciudad del Este!) y menos aún que el   itinerario   termine precisamente en San Ignacio,  en la casa de Horacio Quiroga.

Apenas dejamos  la ruta 12 , siguiendo las indicaciones  de un cartel , un camino de tierra colorada  se abre a fuerza de perseverancia  y   deja intuir lo que aquello debe haber sido  en 1910, o sea más o menos lo que es ahora.
Llegamos.
En el predio hay dos casas. Una es una réplica de la primera casa de madera que se incendió. La otra es la casa de piedra, tal cual la construyó Horacio. Adelante hay un centro de visitantes. Se nota que es algo nuevo, tiene esa atmósfera   de lugar no vivido. No hay un solo libro. No se hace mención en las paredes a sus obras. Sólo hay fotos en blanco y negro, manchadas, llenas de humedad bajo el vidrio,  que podemos ver mejor digitalizadas en una pantalla. En las fotos Horacio está en su taller posando  con   las herramientas detrás   , andando en moto, en cueros junto a una canoa, en la cocina con una  colección de pieles colgando de las paredes o  parado al lado del hogar con un atizador en la mano. Quien entre a ese lugar sin saber quien era Horacio Quiroga difícilmente descubra  que era escritor.
También hay una pantalla donde se proyecta un fragmento de una película que se hizo en su casa. Horacio  tiene un coati enlazado del cuello con una cadena o una soga, como si fuera un perro, y el coatí intenta morderlo varias veces. No me gustan los coaties . Uno, en el parque nacional, nos robó de adentro de la mochila un  paquete de  galletitas que era en realidad nuestro almuerzo. Son como ratas disfrazadas de ositos. Me gustaron menos aún después de leer el cuento “historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre”. Es un cuento extraño, sobre un coatí salvaje  atrapado y domesticado que luego, aunque andara suelto, él mismo se iba de noche a su jaula de donde  no puede escapar cuando  una serpiente  lo pica. ¿Será ese el castigo de los domesticados? Miro varias veces la expresión de Horacio en la película en blanco y negro, es un fragmento nada más, pero puedo descubrir algo de satisfacción en él cuando el coatí insiste en morderlo una y otra vez. Creo que eso  es lo que  buscaba,  la mordida, el rasguño, la picadura, la selva misma, como en “la guerra de los yacarés” diciendo  ¡No van a pasar! Por eso miro alrededor  buscando algo de eso  que a el lo atrajo, pero  éste es ahora  un lugar para visitantes, el césped está cortado, las cañas tacuaras  mantenidas a raya. Hay tan poco de Horacio en este lugar replicado. Lo original fue saqueado durante 50 años en que la casa de piedra estuvo sumergida en el abandono, ya donada por la viuda al estado provincial que no se decidía  a recuperarla . Lo salvaje, controlado.
Hay un dato, sin embargo, que leo  por ahí y me atrapa : presa de su ansiedad Horacio coloca las maderas del techo de su casa sin esperar su estacionamiento, verdes . Obviamente el techo se arruina .
Tal vez no le haya importado mucho . Horacio, sin dudas,  debe haber sido un hombre  para dormir bajo las estrellas.


Roxana D’Auro

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