miércoles, 18 de julio de 2018

Todas las casas donde viví


En el marco del taller literario para adultos que dicto , estamos abordando la vastísima obra de Paul Auster . Siguiendo un poco el formato que utiliza en "Diario de invierno" salen estos relatos . 

Todas las casas donde viví 

Mamá cuenta que cuando nací vivíamos en una pensión en Ramos Mejía,  pero yo no tengo recuerdos.
Mis primeros recuerdos son posteriores.

       1)  Cuando vivíamos en la pensión de Av.  Castro Barros.
Mamá peinándome tirante el pelo, tanto que me hacía doler. Otra cosa que me dolía era el último botón del cuello del guardapolvo  tableado, cerrado atrás con un lazo.
Tomaba mate cocido con leche. Mamá después lavaba  la taza en una cocina compartida. Los baños también eran para todos, una hilera de baños a lo largo de un pasillo. Pero nuestra pieza tenía un balcón. Yo sentaba todas mis muñecas ahí y les leía “La gran enciclopedia de los pequeños”. La gente  pasaba y  me sonreía. Cerca había una iglesia, íbamos los sábados a la noche a ver a las novias. Alguien de la pensión se compró un televisor, el único, y  nos invitaba a ver la novela. Éramos muchos amontonados alrededor de una mesa.  En nuestra  pieza la mesa estaba junto a la cama. Un día saltando en la cama me di la punta de la mesa en la ceja. Sangré. Es mi ceja  derecha. Nunca más me creció el pelo donde me quedó esa cicatriz.

2)      Cuando vivíamos en Senillosa 573.
Fue mi primera casa. Casa, casa de verdad. Estaba en ruinas, tanto que muchas veces mientras cenábamos se desprendían pedazos del cielorraso que caían sobre la comida. Tenía cuarto propio. Del techo altísimo colgaba una araña antigua  de hierro forjado. Tenía la fantasía de que mientras durmiera, una noche ,  se iba a desprender un pedazo de cielorraso con araña y todo y me iba a matar aplastada, por eso dormía siempre tapándome la cabeza con la frazada.
Tenía patio y mamá en esa época juntó muchas macetas. Había todo tipo de plantas, malvones, lazos de  amor, una a la que ella le decía  “la lavandina”, el dólar, la “San Siberiana”. No se que se hizo de esas especies, salvo los malvones que resisten, ya no se las ve más en los viveros ni en las casas. Parece ser que las plantas también pasan de moda. Papá y mamá también tenían un cuarto para ellos y ya había en casa  una tele  que estaba frente a la cama, sobre  una mesita con ruedas para llevarla al living mientras cenábamos. Me acuerdo que en esa cama, vi con ellos dos la llegada del hombre a la luna.

3)      Cuando vivíamos en Villa Crespo.
Era un  departamento sobre el primer piso en Av. Juan B Justo. Creo que  aún hoy, ese barrio  se debe seguir inundando como por aquel entonces, cuando mirábamos por la ventana  el vórtice que se formaba en  la alcantarilla con todas las bolsas de la basura  que  flotaban  en un remolino. Teníamos muebles nuevos, creo también que fue la primera vez que tuvimos muebles nuevos y yo un Wincofon.  Usaba  unos auriculares acolchados y  ponía discos importados de Queen bien fuerte, para no escuchar a papá y a mamá discutiendo. Ahí festejamos mis quince años. Mi abuela me regaló una máquina de escribir portátil que lamento no haber conservado.


4)      Cuando vivíamos  en el hotel del mundial 78.
En el barrio de Once, para el mundial, se habían construido unos hoteles que después del mundial quedaron vacíos, así que los alquilaron como”departamentitos”. Ahí fuimos a vivir con mamá cuando ella y papá se separaron. Decir que era chico, es una generosidad idiomática. El habitáculo era minúsculo, mal ventilado  y oscuro. Para abrir la cama, teníamos que  plegar la mesa. Pero teníamos teléfono. Yo estaba entusiasmada con el tema del teléfono, aunque fuera por conmutador. Tenía amigas del secundario y algún que otro pretendiente ya. Me gustaba recibir llamadas, aunque en la mitad de la conversación  la operadora  hiciera ruidos e interferencias para que libere la línea. También recibía cartas porque escuchaba un programa de radio que daba al aire tu dirección y tus gustos musicales para que te contactes con gente afín. El Instagram de la prehistoria. Eran los tiempos de los jeans manchados adrede con lavandina, de las Topper rojas y  los primeros recitales. Eran los tiempos en que cada vez que llegaba tarde, mamá estaba  esperándome, sin dormir, sentada en el borde de la cama.

5)      Cuando vivíamos en Rivadavia y Cucha Cucha
En ese departamento en un quinto piso viví primero con mamá, después con  el padre de mis hijas y mis dos hijas. Ese fue el departamento donde pasé mis embarazos, mis partos y mis inicios a los tumbos como madre. Recuerdo que en el mismo piso había otros dos departamentos. En uno, una chica más o menos de mi edad,  murió cuando se hizo la cirugía estética en la nariz porque se pasaron de anestesia. En el otro,  una chica  apenas un poco más joven, se hizo mi amiga. Me regaló un libro de Herbert Marcuse. Lo leí muchos años después. En ese entonces no podía leer, lloraba mientras daba la teta a mi segunda hija y la primera en un ataque de rabia arrojaba alrededor mío  todos sus juguetes.

6)      Cuando vivíamos en Juan Bautista Alberdi y Hortiguera .
Las puertas ventanas del departamento llenaban de sol el living con parquet de madera. Sentada en el piso, con la espalda apoyada en el vidrio caliente terminé de leer, con mis hijas jugando alrededor, Cien años de Soledad. Viví un tiempo ahí con el padre de mis hijas, hasta que nos separamos. Estaba estudiando en Bellas Artes. Tuve que terminar la carrera asistiendo a todas las cursadas con ellas. Una noche, cuando bajamos del 53 que nos traía desde La Boca, se largó a llover torrencialmente. Llegamos empapadas, con miedo y culpa de que se enfermen, las hice desvestir y  las tres juntas  nos dimos una ducha bien caliente. Siempre me dolió ese recuerdo hasta que, un día, hablando con ellas,  ya hechas mujeres,  descubrí que era uno de sus más hermosos recuerdos de la niñez.

7)      Cuando vivíamos en Av. Asamblea, cerca de la cancha de San Lorenzo que luego fue un Carrefour.  
Era una casa chorizo, un pasillo con el departamento de los dueños al fondo y una escalerita con otro departamento  arriba donde vivía un viejo solterón.  Los viejos, (los tres), fueron una pesadilla. El señor de arriba a las siete de la mañana, los  domingos ponía marchas militares y los  dueños  se tomaban la atribución de entrar a mi departamento con una copia de llaves si se largaba una lluvia repentina  a correr el toldo  de lona verde para que no se moje. Las baldosas del patio eran bien lisas y mis hijas jugaban al culipatín, deslizándose con el agua de una manguera. Una vez, cuando volvimos  de vacaciones,  encontramos un agujero en el postigo de madera de una de las puertas que daban al patio. Pensamos que nos habían querido robar. Había sido una rata, que encerrada en la casa,   mordió la madera hasta salir.
Fue cuando decidimos que no queríamos vivir más con las ratas de la ciudad  y nos mudamos al campo

8)      Cuando nos vinimos a vivir a La Plata.
Tuvimos huerta y hasta espantapájaros. Cumplí mi promesa de que mis hijas iban a poder tener todos los animales que quisieran y desde entonces pasaron por mi casa gatos (muchos), perro, peces, tortugas (de tierra y de agua), culebras, arañas, cobayos, conejos, axolotes, conejitos de India, lagartos. Tengo una higuera y hago dulce de higos. Armo la Pelopincho y muy de a poco  fui haciendo de mi casa un hogar.
Hoy además,  es un refugio, cada tanto, de gente que se junta a compartir lecturas y que me deja  un  sol en el living.

                                                                               Roxana D’Auro

2 comentarios:

  1. ¡Que lindo cuando vuelve por acá, Roxana! Un abrazo.

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    1. Jorge siempre con su atenta lectura, gracias ...los días de trabajo a veces me devoran pero andamos siempre sobrevolando las palabras

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