lunes, 21 de diciembre de 2015

La sombrilla de colores


-La sombrilla de muchos colores. Fíjate bien, dijo mamá.
-Voy a estar sentada acá, al lado de la sombrilla de muchos colores.
La sombrilla era  una de esas grandes con un gajo amarillo, otro rojo, uno verde, otro azul, ribete blanco.
Era bien grande. Y bien colorida.
Imposible no verla. Imposible perderla.
El mar estaba allá adelante, llamándome.
¿Cuántos pasos habrá desde mamá hasta el mar?
¿Cuánta agua cabrá en un baldecito de plástico?
¿Cuánto tiempo tardará una ola en llenarlo?
Sintiendo un impulso que era un escozor en la planta de los pies, fui hacia el mar, sin dejar de echarle un vistazo  antes a la sombrilla, tan grande, tan de colores, tan rojo, tan amarillo, tan verde y azul.
Corrí hacia el mar, con pasos cortos, sintiendo los caracoles triturados  pinchándome los pies. Dejé  que la arena mojada me los tragara y el lamido helado del mar los mojara. Luego me miré las manchas de sal en los tobillos.
Sopesé el balde para verificar que podría regresar con la preciosa carga , y con balde en mano levanté la vista. Ante mi horror la playa se había poblado de sombrillas. Crecían bajo el sol  como los hongos aparecen bajo los árboles luego de la lluvia y la humedad.
Todo sombrillas, sólo sombrillas, grandes, de lunares, de flores, de colores, de gajos de colores.
Creo que fueron los colores los que me hicieron llorar o, tal vez el sol, tan fuerte, o la sal del mar, pero fue la única vez  que me aplaudieron cuando lloré.

                                                                                                      Roxana D’Auro

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