En el marco del taller literario para adultos que dicto , estamos abordando la vastísima obra de Paul Auster . Siguiendo un poco el formato que utiliza en "Diario de invierno" salen estos relatos .
Todas las casas donde viví
Mamá
cuenta que cuando nací vivíamos en una pensión en Ramos Mejía, pero yo no tengo recuerdos.
Mis
primeros recuerdos son posteriores.
1) Cuando
vivíamos en la pensión de Av. Castro Barros.
Mamá
peinándome tirante el pelo, tanto que me hacía doler. Otra cosa que me dolía
era el último botón del cuello del guardapolvo tableado, cerrado atrás con un lazo.
Tomaba
mate cocido con leche. Mamá después lavaba
la taza en una cocina compartida. Los baños también eran para todos, una
hilera de baños a lo largo de un pasillo. Pero nuestra pieza tenía un balcón. Yo
sentaba todas mis muñecas ahí y les leía “La gran enciclopedia de los
pequeños”. La gente pasaba y me sonreía. Cerca había una iglesia, íbamos
los sábados a la noche a ver a las novias. Alguien de la pensión se compró un
televisor, el único, y nos invitaba a
ver la novela. Éramos muchos amontonados alrededor de una mesa. En nuestra
pieza la mesa estaba junto a la cama. Un día saltando en la cama me di
la punta de la mesa en la ceja. Sangré. Es mi ceja derecha. Nunca más me creció el pelo donde me
quedó esa cicatriz.
2)
Cuando vivíamos en Senillosa 573.
Fue
mi primera casa. Casa, casa de verdad. Estaba en ruinas, tanto que muchas veces
mientras cenábamos se desprendían pedazos del cielorraso que caían sobre la
comida. Tenía cuarto propio. Del techo altísimo colgaba una araña antigua de hierro forjado. Tenía la fantasía de que
mientras durmiera, una noche , se iba a
desprender un pedazo de cielorraso con araña y todo y me iba a matar aplastada,
por eso dormía siempre tapándome la cabeza con la frazada.
Tenía
patio y mamá en esa época juntó muchas macetas. Había todo tipo de plantas,
malvones, lazos de amor, una a la que
ella le decía “la lavandina”, el dólar,
la “San Siberiana”. No se que se hizo de esas especies, salvo los malvones que resisten,
ya no se las ve más en los viveros ni en las casas. Parece ser que las plantas
también pasan de moda. Papá y mamá también tenían un cuarto para ellos y ya
había en casa una tele que estaba frente a la cama, sobre una mesita con ruedas para llevarla al living
mientras cenábamos. Me acuerdo que en esa cama, vi con ellos dos la llegada del
hombre a la luna.
3)
Cuando vivíamos en Villa Crespo.
Era
un departamento sobre el primer piso en
Av. Juan B Justo. Creo que aún hoy, ese
barrio se debe seguir inundando como por
aquel entonces, cuando mirábamos por la ventana
el vórtice que se formaba en la
alcantarilla con todas las bolsas de la basura
que flotaban en un remolino. Teníamos muebles nuevos, creo
también que fue la primera vez que tuvimos muebles nuevos y yo un Wincofon. Usaba
unos auriculares acolchados y
ponía discos importados de Queen bien fuerte, para no escuchar a papá y
a mamá discutiendo. Ahí festejamos mis quince años. Mi abuela me regaló una máquina
de escribir portátil que lamento no haber conservado.
4)
Cuando vivíamos en el hotel del mundial 78.
En
el barrio de Once, para el mundial, se habían construido unos hoteles que
después del mundial quedaron vacíos, así que los alquilaron como”departamentitos”.
Ahí fuimos a vivir con mamá cuando ella y papá se separaron. Decir que era chico,
es una generosidad idiomática. El habitáculo era minúsculo, mal ventilado y oscuro. Para abrir la cama, teníamos que plegar la mesa. Pero teníamos teléfono. Yo
estaba entusiasmada con el tema del teléfono, aunque fuera por conmutador. Tenía
amigas del secundario y algún que otro pretendiente ya. Me gustaba recibir llamadas,
aunque en la mitad de la conversación la
operadora hiciera ruidos e
interferencias para que libere la línea. También recibía cartas porque
escuchaba un programa de radio que daba al aire tu dirección y tus gustos
musicales para que te contactes con gente afín. El Instagram de la prehistoria.
Eran los tiempos de los jeans manchados adrede con lavandina, de las Topper
rojas y los primeros recitales. Eran los
tiempos en que cada vez que llegaba tarde, mamá estaba esperándome, sin dormir, sentada en el borde
de la cama.
5)
Cuando vivíamos en Rivadavia y Cucha
Cucha
En
ese departamento en un quinto piso viví primero con mamá, después con el padre de mis hijas y mis dos hijas. Ese
fue el departamento donde pasé mis embarazos, mis partos y mis inicios a los
tumbos como madre. Recuerdo que en el mismo piso había otros dos departamentos.
En uno, una chica más o menos de mi edad, murió cuando se hizo la cirugía estética en la
nariz porque se pasaron de anestesia. En el otro, una chica
apenas un poco más joven, se hizo mi amiga. Me regaló un libro de
Herbert Marcuse. Lo leí muchos años después. En ese entonces no podía leer,
lloraba mientras daba la teta a mi segunda hija y la primera en un ataque de
rabia arrojaba alrededor mío todos sus juguetes.
6)
Cuando vivíamos en Juan Bautista Alberdi
y Hortiguera .
Las
puertas ventanas del departamento llenaban de sol el living con parquet de
madera. Sentada en el piso, con la espalda apoyada en el vidrio caliente
terminé de leer, con mis hijas jugando alrededor, Cien años de Soledad. Viví un
tiempo ahí con el padre de mis hijas, hasta que nos separamos. Estaba
estudiando en Bellas Artes. Tuve que terminar la carrera asistiendo a todas las
cursadas con ellas. Una noche, cuando bajamos del 53 que nos traía desde La Boca,
se largó a llover torrencialmente. Llegamos empapadas, con miedo y culpa de que
se enfermen, las hice desvestir y las
tres juntas nos dimos una ducha bien caliente.
Siempre me dolió ese recuerdo hasta que, un día, hablando con ellas, ya hechas mujeres, descubrí que era uno de sus más hermosos
recuerdos de la niñez.
7)
Cuando vivíamos en Av. Asamblea, cerca
de la cancha de San Lorenzo que luego fue un Carrefour.
Era
una casa chorizo, un pasillo con el departamento de los dueños al fondo y una
escalerita con otro departamento arriba
donde vivía un viejo solterón. Los
viejos, (los tres), fueron una pesadilla. El señor de arriba a las siete de la mañana,
los domingos ponía marchas militares y
los dueños se tomaban la atribución de entrar a mi
departamento con una copia de llaves si se largaba una lluvia repentina a correr el toldo de lona verde para que no se moje. Las
baldosas del patio eran bien lisas y mis hijas jugaban al culipatín,
deslizándose con el agua de una manguera. Una vez, cuando volvimos de vacaciones, encontramos un agujero en el postigo de
madera de una de las puertas que daban al patio. Pensamos que nos habían
querido robar. Había sido una rata, que encerrada en la casa, mordió la madera hasta salir.
Fue
cuando decidimos que no queríamos vivir más con las ratas de la ciudad y nos mudamos al campo
8)
Cuando nos vinimos a vivir a La Plata.
Tuvimos
huerta y hasta espantapájaros. Cumplí mi promesa de que mis hijas iban a poder
tener todos los animales que quisieran y desde entonces pasaron por mi casa
gatos (muchos), perro, peces, tortugas (de tierra y de agua), culebras, arañas,
cobayos, conejos, axolotes, conejitos de India, lagartos. Tengo una higuera y
hago dulce de higos. Armo la Pelopincho y muy de a poco fui haciendo de mi casa un hogar.
Hoy
además, es un refugio, cada tanto, de
gente que se junta a compartir lecturas y que me deja un sol
en el living.
Roxana D’Auro
¡Que lindo cuando vuelve por acá, Roxana! Un abrazo.
ResponderEliminarJorge siempre con su atenta lectura, gracias ...los días de trabajo a veces me devoran pero andamos siempre sobrevolando las palabras
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