jueves, 31 de diciembre de 2015

Feliz año nuevo

El bulto se retorcía con el fuego y , a pesar de que ya todos me habían dicho que era un espantapájaros , su forma casi humana no dejaba de darme miedo , por eso lo miraba de lejos, detrás de mi madre. 
El muñeco estaba  casi en el monte , en el límite con el monte, en la época en la que el monte era una presencia salvaje en el medio de lo urbano .Allá el monte, acá las casas , entre medio,  las lenguas de barro que hacían  de calles. Después llegaría el calcáreo , el mejorado , las podas, el alambrado , el asfalto, el loteo . Pero por aquel entonces todavía el monte era nuestro bosque, nuestro lugar maldito, el atajo  para cruzar en diagonal y acortar camino , siempre y cuando uno quisiera correr los riesgos : las manadas de perros salvajes que lo habitaban , o los linyeras. A los primeros si los vi, cimarrones embravecidos que disputaban cada centímetro del territorio si osábamos entrar. Y si éramos valientes y lo hacíamos , siempre había que entrar bien preparado : una rama en una mano , para amenazar y unas cuantas piedras en los bolsillos si la amenza no resultara suficiente.
Ese día antes de que el vitel toné y la rusa estén sobre la mesa,  lo habíamos ido a ver .
Todos los vecinos hacían esa excursión, macabra, de ir a observar al sentenciado a muerte y prometían reencuentros a la hora convenida, saludaban con entusiasmo a los hijos ya crecidos  que sólo para esta ocasión volvían al barrio hechos hombrecitos , se pasaban el parte de los nuevos muertos y por lo bajo auguraban la muerte de los que todavía andaban dando vueltas entre nosotros . Yo esgrimía una sonrisa automática cada vez que mi tía o mi madre me presentaban  ,pero mi atención entera estaba puesta en el espantapájaros, en sus borcegos viejos , de cuero reseco , en sus pantalones manchados  sostenidos por una soga en la cintura , la camisa abrochada hasta el ultimo botón , el saco apolillado .
 -Está relleno con estopa , me explicaba mi primo, para que encienda más rápido,
 Tenía la cabeza,una  cabezota,  toda envuelta en medias de nylon de mujer , corridas.
 -Le hicimos la cabeza de paja , seguía con los tecnicismos mi primo , y se la envolvimos con medias para que no se desarme .  
Era infame esa silueta descaderada clavada ahí en el medio de la alegría , interrumpiendo las corridas de los chicos, proyectando una sombra fantasmagórica sobre los frentes de las casas adornados con lucecitas de colores.
 -Cuando lo quemamos se va todo lo malo, volvió a la carga mi primo. 
Y lo odié , más que nunca , porque me ponía en evidencia ante todos como la extranjera, la porteña que no entendía las costumbres locales. 
La retirada fue casi al unísono , todas las familias fueron a disfrutar sus cenas y postres y vinos y brindis y , parado,  o casi como parado , quedó aquel en la calle solitaria , sobre un asfalto que todavía emanaba sus vahos de calor , moviendo su cabezota lentamente por la suave brisa vespertina de verano. Desde la puerta de la casa lo volví a mirar , le miré esa expresión que parecían dibujarle en el rostro las sombras de las ramas de los árboles.
Afuera la calle estaba vacía , adentro las familias a los gritos se pasaban las fuentes con comida; allá,  del otro lado del monte,  los perros cimarrones aullaban; acá,  adentro de las casas,  las gentes también aullaban a las doce de la noche . No pasaron ni cinco minutos que todos juntos salieron , de todas las casas salían las gentes, decididas . Hicieron una ronda alrededor del espantapájaros y primero los chicos quisieron prenderlo fuego con unos fósforos,  pero llegaron los vecinos de la casa de dos plantas, ellos si que estaban organizados, con antorchas que flameaban amagaban con quemarlo haciendo crecer el deseo de la muchedumbre que comenzó a aplaudir , luego a cantar 
- Que lo quemen, que lo quemen.....,   para terminar gritando , chiflando , pegando alaridos en un fervor exacerbado de manos que se agitaban con los dedos pulgares hacia abajo,  y de pronto el fuego le tomó los pies y las piernas se le retorcieron y el linyera ahogó su grito en las llamas que le envolvieron rápido su cabezota mientras todos aplaudían y gritaban feliz año nuevo.

Roxana D'Auro

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