jueves, 6 de abril de 2017

Un par de días entre Bragado y Mechita


La ciudad te recibe   con su  monumento  a un caballo suicida  y tal vez  sea esa imagen y todo el mito que la rodea  la que sienta un precedente macabro que   impregna luego  cada historia  desde que ponemos el pie  en Bragado.
No es una escultura ecuestre con  algún jinete célebre la que está  en la entrada. Es un caballo solo, pintado de color brillante, como esos que están en las puertas de las casas de regionales  Dice la gente del lugar  que existió alguna vez  en estas tierras un potro  de pelaje rojizo con una braga blanca  que le cruzaba el vientre.  Indómito, un día acorralado por un grupo de gauchos  (o de soldados, según la versión) llegó hasta el borde de la barranca  y dese ahí se arrojó a las toscas playas de la laguna  para no ser atrapado. Los relatos también ponen en boca de esos hombres poéticas palabras que elogian al bagual que prefirió la muerte antes que perder su libertad. Se dice  también que es muy alto el índice de suicidios en Bragado ¿Serán los suicidas bragadenses buscadores de su libertad? ¿No se puede ser libre estando vivo? ¿Excluyentemente lo indómito desemboca  en la muerte?   
Y recién estábamos llegando.

La primera noche, durante la cena, irrumpió  en el silencio la sirena de los bomberos. Nuestra anfitriona tiene el cuartel de bomberos  en el fondo de su casa. Escandalosa, larga, eterna, la sirena enloquecía  a los perros. Nosotros, muy citadinos, imaginamos una catástrofe, un incendio, algo descomunal, pero los dueños de casa sospechaban  otro gato más en un árbol. Los bomberos del lugar   desfilan en los festejos con  pasito militar   y fueron furor en las redes  por  bailar  una cumbia con coreografías   . También  se prestaron a hacer  una exhibición (debidamente filmada)   frente a la Municipalidad con  la escalera mecánica que les trajeron de Holanda. Sospechamos nosotros, los recién llegados,   que muchas veces harán  sonar la sirena para despabilarse de sus vidas pueblerinas,  calzarse guantes, cascos, botas de amianto, máscaras   y recorrer  las calles desoladas.  Imagino, entonces, que los bomberos salen por las noches en una misión secreta, directo a la barranca, para evitar que los caballos sigan suicidándose.
Al día siguiente fuimos a Mechita, una localidad cercana, a 8 Kms nomás  .Mechita surgió con la construcción de unos talleres ferroviarios allá por el 1900 y así quedó, allá en el tiempo. Hoy vivirán 1800 personas  y la muerte de la gloria ferroviaria se  pasea  por  la vieja estación, las casas  de  estilo ingles,   conservadas intactas, los vagones viejos oxidándose a la intemperie. Por esas cosas de los pueblos pequeños  nuestra anfitriona llama  por  teléfono  a la encargada d el museo de artes visuales de Mechita y lo abre  especialmente para nosotros. El museo nos sorprende, es hermoso,  con una colección propia  donada por cada uno de los artistas invitados  a trabajar  en torno al lugar y en el lugar.  En el patio de entrada una escultura totémica hecha con viejos amortiguadores de locomotora parece la cola de una ballena saliendo del cemento  y Cristina, nuestra improvisada guía  o ama de llaves,  nos cuenta la historia del empleado que ayudó   al escultor  Hernán Dompé  en la búsqueda de material entre los rezagos ferroviarios. Cuando la obra estuvo  terminada el empleado  le dijo al arista: ”Quedó linda la porquería”  y pasó a la posteridad pueblerina con esa frase célebre .
Porquería es un objeto de poco valor y sin utilidad. Tal vez ese  Frankenstein hecho  con retazos del pasado sea realmente eso y la famosa frase del mechitense esté cargada de un significado más profundo, una especie de cuestionamiento sobre el arte mismo.

Hay  otra historia en Mechita. Sus protagonistas fueron un perro y un auto. La cuenta Cristina  cuando llegamos a un sector del museo con obras que se agrupan bajo el lema: “Una noche en el cementerio de Mechita”.  Siete trabajos  de varios artistas realizados  dentro del cementerio,  de noche, ahí está la gracia.  Iluminados sólo por la luz de la luna pintaron, dibujaron y leyeron poemas relacionados a la muerte  .Todo esto cuenta Cristina cuando pregunto  por  una serie de dibujos  que me llaman la atención: “La muerte de un jinete insomne”,   de Marcelo Bordese. Los  dibujos son dinámicos, tienen cierta velocidad y una presencia animal, feroz. Cristina cuenta con naturalidad  que las carreras entre galgos y automóviles siempre  se hicieron en Mechita. Me cuesta creerlo y más aún cuando la historia  tiene que ver con una carrera organizada  para festejar el día de la bandera ,   un desafío acorde a la celebración ,  todo el pueblo presente, la competencia entre el animal y la máquina , las apuestas a ver quien llegaba primero . Lo puede buscar en los diarios, dice, somos tristemente célebres. Acá  gustan esas cosas, había mucha gente mirando la carrera, sigue contando,  y terminó mal. El galgo se desvió, el auto chocó contra un árbol y  diez chicos  murieron.  
Afuera llueve torrencialmente.
Cristina, encantadora, nos saca cuatro fotos, todas movidas,  antes de irnos.


Dejamos Bragado dando una vuelta al perro, bien como se hace en los pueblos.
Pasamos por el teatro Florencio Constantino.  Mi amiga  y anfitriona, María Cristina Alonso escribió una novela  sobre la vida de este tenor  vasco que levantó un teatro lírico en el medio de la pampa. El edificio se reinauguró  en el 2012. Ahora tiene la sala principal remodelada y  cuenta además con otros espacios: una plaza seca, donde hay un paseo de  esculturas. Ahí está  “El niño lector”, que en realidad es un niño escribiente.  
La que leía era la niña,   cuenta mi amiga, pero  ésa  desapareció.

Cuando dejamos atrás las calles de Bragado veo los bancos de cemento  en los frentes de las  las casas. En los dos días que estuve no vi a nadie sentado  en esos bancos. Tal vez los bragadenses los tengan para sus fantasmas, para que la niña lectora se siente a leer por las noches.

                                                                                                                               
 Roxana D’Auro 

Obras: Diesel Mechita /Patricio Larrambebere - Puertas de máquinas ferroviarias intervenidas
           Noche en Mechita/Juan Doffo - Acrílico sobre tela

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