La ciudad te recibe con su monumento
a un caballo suicida y tal vez sea esa imagen y todo el mito que la
rodea la que sienta un precedente
macabro que impregna luego cada historia
desde que ponemos el pie en Bragado.
No es una escultura ecuestre con algún jinete célebre la que está en la entrada. Es un caballo solo, pintado de
color brillante, como esos que están en las puertas de las casas de
regionales Dice la gente del lugar que existió alguna vez en estas tierras un potro de pelaje rojizo con una braga blanca que le cruzaba el vientre. Indómito, un día acorralado por un grupo de
gauchos (o de soldados, según la versión)
llegó hasta el borde de la barranca y
dese ahí se arrojó a las toscas playas de la laguna para no ser atrapado. Los relatos también
ponen en boca de esos hombres poéticas palabras que elogian al bagual que
prefirió la muerte antes que perder su libertad. Se dice también que es muy alto el índice de suicidios
en Bragado ¿Serán los suicidas bragadenses buscadores de su libertad? ¿No se
puede ser libre estando vivo? ¿Excluyentemente lo indómito desemboca en la muerte?
Y recién estábamos llegando.
La primera noche, durante la cena,
irrumpió en el silencio la sirena de los
bomberos. Nuestra anfitriona tiene el cuartel de bomberos en el fondo de su casa. Escandalosa, larga, eterna,
la sirena enloquecía a los perros. Nosotros,
muy citadinos, imaginamos una catástrofe, un incendio, algo descomunal, pero
los dueños de casa sospechaban otro gato
más en un árbol. Los bomberos del lugar desfilan en los festejos con pasito militar y fueron furor en las redes por
bailar una cumbia con
coreografías . También se prestaron a hacer una exhibición (debidamente filmada) frente a la Municipalidad con la escalera mecánica que les trajeron de Holanda.
Sospechamos nosotros, los recién llegados,
que muchas veces harán sonar la
sirena para despabilarse de sus vidas pueblerinas, calzarse guantes, cascos, botas de amianto,
máscaras y recorrer las calles desoladas. Imagino, entonces, que los bomberos salen por
las noches en una misión secreta, directo a la barranca, para evitar que los
caballos sigan suicidándose.
Al día siguiente fuimos a Mechita,
una localidad cercana, a 8 Kms nomás .Mechita
surgió con la construcción de unos talleres ferroviarios allá por el 1900 y así
quedó, allá en el tiempo. Hoy vivirán 1800 personas y la muerte de la gloria ferroviaria se pasea
por la vieja estación, las casas de
estilo ingles, conservadas intactas, los vagones viejos
oxidándose a la intemperie. Por esas cosas de los pueblos pequeños nuestra anfitriona llama por teléfono a la encargada d el museo de artes visuales de
Mechita y lo abre especialmente para
nosotros. El museo nos sorprende, es hermoso, con una colección propia donada por cada uno de los artistas
invitados a trabajar en torno al lugar y en el lugar. En el patio de entrada una escultura totémica
hecha con viejos amortiguadores de locomotora parece la cola de una ballena
saliendo del cemento y Cristina, nuestra
improvisada guía o ama de llaves, nos cuenta la historia del empleado que
ayudó al escultor Hernán Dompé
en la búsqueda de material entre los rezagos ferroviarios. Cuando la
obra estuvo terminada el empleado le dijo al arista: ”Quedó linda la porquería” y pasó a la posteridad pueblerina con esa
frase célebre .
Porquería es un objeto de poco valor
y sin utilidad. Tal vez ese Frankenstein
hecho con retazos del pasado sea
realmente eso y la famosa frase del mechitense esté cargada de un significado
más profundo, una especie de cuestionamiento sobre el arte mismo.
Hay otra historia en Mechita. Sus
protagonistas fueron un perro y un auto. La cuenta Cristina cuando llegamos a un sector del museo con
obras que se agrupan bajo el lema: “Una noche en el cementerio de Mechita”. Siete trabajos
de varios artistas realizados
dentro del cementerio, de noche,
ahí está la gracia. Iluminados sólo por
la luz de la luna pintaron, dibujaron y leyeron poemas relacionados a la muerte
.Todo esto cuenta Cristina cuando
pregunto por una serie de dibujos que me llaman la atención: “La muerte de un
jinete insomne”, de Marcelo Bordese. Los
dibujos son dinámicos, tienen cierta
velocidad y una presencia animal, feroz. Cristina cuenta con naturalidad que las carreras entre galgos y automóviles
siempre se hicieron en Mechita. Me
cuesta creerlo y más aún cuando la historia
tiene que ver con una carrera organizada
para festejar el día de la bandera , un
desafío acorde a la celebración , todo
el pueblo presente, la competencia entre el animal y la máquina , las apuestas
a ver quien llegaba primero . Lo puede buscar en los diarios, dice, somos
tristemente célebres. Acá gustan esas
cosas, había mucha gente mirando la carrera, sigue contando, y terminó mal. El galgo se desvió, el auto chocó
contra un árbol y diez chicos murieron.
Afuera llueve torrencialmente.
Cristina, encantadora, nos saca cuatro fotos, todas movidas, antes de irnos.
Dejamos Bragado dando una vuelta al perro, bien como se hace en los pueblos.
Pasamos por el teatro Florencio Constantino. Mi amiga
y anfitriona, María Cristina Alonso escribió una novela sobre la vida de este tenor vasco que levantó un teatro lírico en el medio
de la pampa. El edificio se reinauguró en el 2012. Ahora tiene la sala principal
remodelada y cuenta además con otros espacios:
una plaza seca, donde hay un paseo de esculturas.
Ahí está “El niño lector”, que en realidad
es un niño escribiente.
La que leía era
la niña, cuenta mi amiga, pero ésa desapareció.
Cuando dejamos atrás las calles de Bragado veo los bancos de
cemento en los frentes de las las casas. En los dos días que estuve no vi a
nadie sentado en esos bancos. Tal vez
los bragadenses los tengan para sus fantasmas, para que la niña lectora se
siente a leer por las noches.
Roxana
D’Auro
Obras: Diesel Mechita /Patricio Larrambebere - Puertas de máquinas ferroviarias intervenidas
Noche en Mechita/Juan Doffo - Acrílico sobre tela