jueves, 14 de mayo de 2020

Pequeños mundos observados en esta cuarentena


"El principio de incertidumbre consiste en descubrir que lo observado se modifica según el observador , la posibilidad de  atrapar y definir  al objeto observado como realidad rotunda se quiebra. Quien mira y lo mirado, sujeto y objeto son imposibles de escindir, construyen una relación ."
Diana Bellesi 

1-
Una paloma .de esas torcazas,  hizo su nido hizo su nido en el cobertizo del garaje . Justo encima del plafón de la luz que parece un plato. La descubrí por los excrementos en el techo del auto. Es molesto, si ,  pero lo realmente perturbador es que cree que la lámpara led es un huevo .

2-
El zorzal canta a las tres de la mañana , las luces led  lo mantienen despierto  . Las estrellas artificiales de nuestros cielos  son las responsables de las bandadas de pájaros insomnes . no son los únicos que no duermen . Cuando me levanto a tomar agua  de noche, me doy cuenta de que todos los electrodomésticos  de la casa parapadean  y un bichito de luz se está apareando con la luz verde titilante de la impresora .

3-
Hay una tela de araña inmensa, de pared a pared. Me la llevé puesta con la cara  y me quedó esa sensación de pelusa pegagosa, tanto que ahora  cada vez que salgo me fijo al contraluz si la araña la volvió a tejer. Trabaja con una rapidez asombrosa. En unas horas  la reconstruye  .Cuando lloviza las gotas quedan atrapadas en la red . Nunca vi beber agua a una araña , pero esta debe tener mucha sed .

4-
*Cuando escuchamos el chasquido , sabemos que hay colibríes . Son del tamaño de mi dedo meñique , verdes tornasolados. Se acercan al farolito chino  y  a las flores  que asemejan  pequeños ramos multicolores de la verbena . A veces  siguen de largo  y se meten en los  agujeros de la pared de ladrillos huecos  . Se desconciertan . No en todas  partes hay una oportunidad 
 
                                                                                                                       Roxana D'Auro 

domingo, 29 de diciembre de 2019

Insistencia

Insistencia

Los chicos rompieron el nido del hornero.
Finalmente lo lograron.
Se esforzaron, debo reconocer. Lo intentaron una y otra vez.
Mejoraron su técnica con la gomera: un ojo cerrado y  el brazo derecho completamente extendido.
Cuando el nido cayó,  quedó como un terrón de barro seco en la puerta de casa. Ni siquiera pudieron patearlo, se transformó en una nube de polvo en sus zapatillas. 
De la insistencia pasaron a la decepción.
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Ayer escuché un toc-toc  en el techo del cobertizo.
Era el hornero.
Con su pico desgarraba la fibra de vidrio de la chapa. A contra luz pude ver  los pelitos de plástico transparente  que sostenía  con determinación.  
Su  decepción  mutó en insistencia.


Roxana D’Auro 

jueves, 26 de diciembre de 2019

El fresno



El fresno

Desde la entrada de casa, el fresno gigante forma una bóveda verde.
Apenas se filtran unos rayos de sol entre sus hojas.
En verano, el fresno es un techo  que refresca  el aire caliente de la tarde y devora los ruidos de la calle.
Debajo de él  no sabemos qué hora es, habita  una quietud que sólo se altera con las  tormentas, cuando se agita frenético y amenazante.
El fresno de la puerta de casa es el más grande de la cuadra, es el más grande de muchas cuadras. Se lo puede ver desde lejos dominándolo todo, oteando el horizonte
Descubrí entre medio de  su copa una rama partida, extrañamente enganchada entre las otras, una rama gigante, vieja y seca, atrapada en el crecimiento de las nuevas.
Un equilibrio ahí, en el corazón del árbol, que se juega todos los días su existencia. 

Roxana D’Auro 

lunes, 17 de junio de 2019

Crónicas de Cementerios - Salta 2014

Güemes

Siempre un libro me acompaña en los viajes. Uno o dos. Me llevé a Salta el libro de Mariana Enriquez  sobre sus viajes a cementerios. No creo que haya condicionado nuestra mirada (la de Néstor y la mía que compartimos viaje y libro), de hecho lo empezamos a leer  al tercer día  cuando ya los cementerios se hacían presentes por todas partes, pero me inspiró a escribir también estas crónicas .

En la Catedral de Salta hay un cementerio, que no me digan que no. Le llaman  mausoleo, un lugar donde se depositan las cenizas o las partecitas que quedaron después de tantos años. Apenas entrás, a la izquierda hay un montón de urnas, tantas que una placa de bronce explica quien está en cada una, eso es un cementerio no me jodan. La verdad es que yo hubiera pasado de largo, me llama más la atención el atrio con todo su oro, pero Néstor dice que Güemes era bien “pulenta” entonces sacamos unas fotos . 
Bajo un mármol que anuncia: Panteón de las glorias del Norte,  hay una especie de mesita con un libro que cuenta cómo y cuando se encontró cada una de las glorias con la Parca .  
Martín Miguel de Güemes murió  en una conspiración. Parece  que decir que fue asesinado es algo inapropiado  para que forme parte de esa enciclopedia de la muerte. Eso le agrega más emoción a Néstor que insiste  con que le gustan los que “mueren” en conspiraciones, es algo así como ponerlos en la lista de los buenos. 
Entre el mármol y la mesita está la placa de bronce, cada urna tiene un número  y cada número corresponde a un muerto distinto .1- Gral. Juan Antonio Álvarez de Arenales, 2- Gral. Rudecindo Alvarado, 3 y 4 son soldados desconocidos  en distintas batallas. 3 y 4 son unas urnitas miserables  en comparación con las otras, cofres  con pedestales, tapas talladas  de maderas oscuras o una que es como un diamante gigante todo de mármol .
La jerarquía de la muerte. 
La iglesia está a tope. Néstor promete  ir a la Catedral de La Plata a ver si en nuestra ciudad también tanta gente va a misa o si esto es un fenómeno turístico.

Roxana D'Auro 

sábado, 20 de abril de 2019

Santuarios


Cada cual homenajea como puede. 
En la Cava se va alzando un altarcito, el cenotafio, la apacheta, 
esa forma de canonización popular (¿acaso hay otra?).
De esos santuarios espontáneos  nace el mito y 
del mito el recordatorio duradero.
María Elena Walsh


   


Santuarios

¿Qué santos son los del borde? ¿Qué santuarios tenemos en los márgenes?    Afuera del cuadrado perfecto del casco urbano de La Plata   la gente también reza, un rezo pagano, a santas guaraníes  y jóvenes asesinadas    o le ofrece un vino de cajita de cartón a un gaucho milagroso.  

Lejos de la traza impecable de Benoit , las calles se bifurcan como caminitos de hormigas , se abren entre  la tosca y el barro y sobre las veredas de pasto  se erigen los  retablos , casitas de chapa y vidrio , con flores de plástico y luces de navidad .


En la esquina de 38 y 131 está el altar de Maca. Tiene su  porta retrato  y  en la pared blanqueada a la cal nos interpela  su nombre con las mismas  letras grandes  que se usan en  una campaña proselitista. Caminando  hasta 135, una baldosa  entre medio del yuyerío   dice: “Ermita Virgen Caacupé”.  El bronce es para otros, acá hay  cemento, arena  y cuchara de albañil. Cinco  cuadras para adentro está el santuario del Gauchito Gil, un predio donde las familias fueron “plantando” sus altares  pintados de rojo  con techo de chapa para proteger estatua y botella de vino. Hay bailanta todos los 8 de enero y los salmos son al ritmo del chamamé .
En la otra punta, en la plaza de 1 y 38  la virgen de la jaula   se manifiesta como un oxímoron, enrejada  y bajo llave ,  bien guardadita en su cubículo privado  dentro de un espacio público  .


Roxana D’Auro 

lunes, 1 de abril de 2019

Los niños del agua -cuento-

Después de la inundación del 2 de Abril  en La Plata  quise escribir algo ,  cómo era esto de volver a habitar nuestros lugares con la marca del agua indeleble en las paredes , algo sobre la resiliencia y particularmente la de lxs niñxs capaces de recitar de memoria los libros de cuentos  que ya no pudieron volver a leer. 

“Empujados por el viento  vamos colgados  sobre una banda, ciñendo, de cara al devenir”
Néstor Asprea /Agua en la cabeza.

Los niños del agua

Esta historia es de cuando llovió y llovió y llovió.
Es la historia de cuando  todos los zapatos de todas las zapaterías  salieron flotando por las calles  porque ya nunca más nadie jamás los iba a usar. Y la gente se secaba al sol vuelta y vuelta sobre los techos de las casas.
Es la historia de Eric y su amigo Juan, el vecino de enfrente.

Juan hizo un dibujo del barrio para acordarse donde estaban las casas que ahora duermen sumergidas.

Eric, con las piernas colgando  desde la ventana  de su cuarto,  en la planta alta,  intenta todos los días  pescar algo.
Juan, en la casa de enfrente, se asoma por  la chimenea   y, a  lejos,  con su catalejo parece el  marinero que desde el carajo gritó: ¡Tierra!
Pero Tierra no hay, sólo agua, agua y  agua.
Al final de cada día, va marcando  con una cruz roja en su mapa las casas  que la gente abandona, casas vacías que se van hinchando,  hasta caer de rodillas.

Eric nada y hace la plancha   sobre lo que  era el jardín de su mamá,  ya no hay que  preocuparse  por malezas ni  hormigas, hay un hermoso cantero  de algas que bailan despacito con la corriente.

Los semáforos siguen   funcionando. Los dos se preguntan: ¿cómo es que siguen funcionando? Eric espera  a que pasen flotando dos sillones y una mesa para cruzar a la casa de su amigo.
Lo invita  a cenar una  anguila que al fin pescó.
Se sumerge en su propia cocina  y bucea  buscando un sartén, ¡puede nadar con los ojos bien abiertos! ¡ y aguantar muchísimo la respiración! , mucho más que antes cuando iba a la colonia de vacaciones.  Las puertas del bajo mesada están  bastante hinchadas, cuesta abrirlas y cuando lo logra,  todo sale  flotando   armando   un embotellamiento de cacerolas en la esquina porque  la luz del semáforo cambia a  rojo.

No tienen  donde cocinar la anguila,  entonces comparten un mendrugo de pan sentados sobre las tejas , con los pies en el agua, extrañados por lo que les salió entre los dedos.
Pueden chapotear un montón y salpicar lejos.
Se comen el pan en bolitas, humedeciéndolo un poco para metérselo en las bocas redondas que  abren y cierran.
Al caer la noche  la luna se ve reflejada como un gran plato blanco sobre la superficie del agua que 
se va tiñendo  de a ratos del  rojo, amarillo, verde, amarillo, rojo, amarillo, verde, de los tontos semáforos.
Y aburridos como están, mirándose  a la luz de la luna, Eric le encuentra a Juan  una hendidura 
detrás de la oreja y  él le descubre a su amigo  unas  cascaritas plateadas que le están saliendo por todas partes.
Los dos tienen  un deseo incontrolable  de tirarse al agua.
Se zambullen  y  se quedan dormidos con los ojos abiertos flotando sobre sus panzas esperando que el viento los navegue.

Roxana D’Auro
Foto de: http://www.sub.coop/es/actualidades/agua-negra-es

miércoles, 30 de enero de 2019

Lo que realmente hago cuando voy a caminar

Murakami escribe: “el cielo está tan claro y despejado que me pasma”. Levanto la vista del libro. Yo podría decir exactamente lo mismo. La diferencia (una entre tantas)  es que él está en la isla Kauai en Hawai y yo en el fondo de mi casa tirada al lado de la Pelopincho desfalleciendo de calor . Estoy leyendo su libro autobiográfico: “De qué hablo cuando hablo de correr” y mientras él participa en maratones y… ¡ultra maratones! yo  voy a caminar a un parque de mi  ciudad. Sé que a mucha  gente caminar le resulta terriblemente aburrido :  girar dando tres o cuatro vueltas , pasando por los mismos árboles, los mismos bancos y  los mismos juegos  puede verse como algo muy monótono , pero en esa repetición  descubrí lo mismo  que te pasa  cuando entrás en una habitación a oscuras : al rato, empezás a ver.
Al pasar una y otra vez por el mismo lugar, el lugar se empieza a develar.

Edificios vs casas

La fisonomía alrededor del parque fue cambiando de una forma sigilosa. No encuentro otra palabra más apropiada, porque las cosas  que conllevan un peligro o  una amenaza   son así: sigilosas. Primero se vendieron una, dos casas, luego se demolieron y en sus  huecos empezaron a crecer como tallos,  edificios  altos  y vidriados. Hoy alrededor de la plaza conté veinte, además de dos terrenos en venta y dos casas demolidas  donde asoman  construcciones nuevas . Hay una casa que quedó atrapada entre dos edificios altos, se ve muy extraña. Tal vez, dentro de poco,  pase y vea que tiene un cartel de venta. Imagino que si sigo caminando alrededor de este parque,  en un  tiempo todas las cuadras que lo circundan tendrán uno al lado del otro, altos y relucientes edificios con sus frentes vidriados, será como caminar en círculos dentro de un panóptico gigantesco.

Pantallas
En el medio de la plaza pusieron una  “garita” moderna. Es un contenedor vidriado y de noche parece una nave espacial, desde  lejos se le ven las dos luces azules destellantes en el techo. Es un Centro de visualización barrial y adentro hay unas pantallas  donde se reproducen imágenes de lo que pasa en cada rincón del parque, igual que esos circuitos cerrados de televisión que hay en los supermercados chinos. Me produce rechazo, me indigna saber que hay un ojo, una especie de gran hermano que me observa en cada vuelta que doy, que registra mi andar cansado o  que  puede ser testigo de un tropezón  y reírse de mi torpeza a escondidas. Néstor me cuenta que conoce ese parque desde que ni luces tenía y con su barrita de amigos  lo atravesaban de noche para cortar camino como si fuera un bosque. Era una verdadera aventura. Hoy el parque tiene  luces LED que iluminan cada rincón.  La gente mientras camina se saca selfies, los padres filman a sus hijos  corriendo carreras en bicicleta, una y otra vez  hasta que salga bien la toma  y todos ,indefectiblemente , cuando pasan  por el centro de visualización  giran un toque la cabeza, buscándose  en las pantallas  .

Calesita

En el parque hay una calesita abandonada. Está cerrada con cadena y candado .Aunque vaya a caminar  de mañana, tarde o noche nunca la vi funcionando. ¿Cuáles serán los motivos de la muerte de una calesita? Los obvios saltan a la vista: tiene apenas unos caballos despintados, unos Dumbos que parecen espermatozoides deformados  y una caja de latón  que simula ser un barco, con el mar en “olitas” pintado en su base. 

Para ser sincera, el aspecto de la calesita no es muy atractivo y debe serlo  menos aún para estas nuevas generaciones  acostumbradas al 3D, lo interactivo y el Fornite. Imposible verse seducido por el lento y monótono movimiento de una calesita  cuando los pequeños cuerpos despliegan esa serie de frenéticos vaivenes disociando caderas y brazos. 
Cuando doy la última vuelta de mi caminata  paso de nuevo  por ahí. Me paro y le saco una foto con el celular. Me acuerdo que tengo  una foto, de esas de papel,   en Mar del Plata, metida adentro de un barquito así. Mamá  pagó por la toma  y el   fotógrafo me puso una red sobre las piernas y me dijo  que ponga cara de capitán. El barquito era estático, pero  se ve  que lo que movió el fotógrafo fue mi imaginación   porque estoy sentada derecha como bien lo haría un capitán y tengo esa sonrisa del que tiene todos  los mares del mundo por delante. 










Caída

Hoy se cayó una señora en la plaza. Cayó como un pájaro. Hizo apenas un ruido seco en el camino y quedó boca arriba.  Pensé que estaba desmayada pero la señora simplemente había quedado así, inmóvil de enojo por la torpeza de su cuerpo.
A un costado quedaron desparramados sus lentes de sol y su celular. Los atletas,  al ver que no había sangre, ni daños mayores,  retomaron  su ritmo  apenas reducido por los instantes que les tomó verificar la situación. (Nunca distraigas a un atleta en su rutina diaria, saludan  mientras pasan  diciendo ¡hola! bien fuerte y manteniendo la mano en alto  o dicen  la hora corriendo hacia atrás. Never stop).
Un señor en bicicleta también se acercó, sin bajarse  de la bici  le advirtió a la señora que tuviera  cuidado que su  celular  estaba en el suelo. Me llamo la atención ese pequeño detalle, fue un gesto de amabilidad hacia el aparato.
Luego, entre los dos,  la ayudamos a levantarse. La fuerza de gravedad la tironeaba. Debo decir que la señora era delgada como un junco y sin embargo  entre  el  ciclista y yo tuvimos que ofrecerle nuestros brazos para que ella venza la testarudez  de la tierra que no la quería largar. En su posición  bípeda la señora ya no lucía tan indefensa. Empezó a justificarse, que en cinco años de caminatas en el parque era la primera  vez que le pasaba algo así y, por supuesto, no había sido  su culpa, sino  las raíces de los árboles o  la vereda rota . Se sacudió la tierra, se alisó el pelo y se puso los anteojos.  Recuperó del todo la compostura cuando se  aferró  a su celular  y corroboró que la aplicación que le calcula el ritmo cardiaco  mientras camina seguía funcionando.

Mientras  se alejaba, le vi en el codo un raspón,  una mancha roja.

Roxana D’Auro